Una
Orquesta profesional no tiene garantizada su viabilidad sólo por la
existencia de un número importante de habitantes que se convierten
en público habitual, sufragando así una parte de su
presupuesto.También es necesario que exista una masa crítica de la
población que vea bien la existencia de dicha orquesta. Gran parte
de esa población verá influidos sus hábitos de consumo cuando
existan empresas que se decidan por patrocinarla; del mismo
modo que verá influida su intención de voto en función del mayor o
menor apoyo público a la orquesta.
A
un Conservatorio le sucede algo similar; el porcentaje de personas
que se benefician directamente de su existencia es muy escaso, pero
una parte importante de la población considera que la Educación es
un valor positivo para nuestra sociedad y, por tanto, está dispuesta
a elegir representantes públicos que decidan destinar parte de sus
impuestos a financiar esa gran proporción del coste que no está
cubierto con las matrículas.
Con
la crisis, los ingresos de familias, empresas y administraciones
públicas han bajado como baja la marea y, como dice Warren Buffet
"sólo cuando baja la marea se ve quién nadaba desnudo".
En esta ocasión lo que se ha comprobado es:
1.
Que la cultura no estaba demasiado bien situada en la jerarquía de
hábitos de consumo de gran parte de la población: las compañías
de telefonía móvil, las marcas de moda y la industria del ocio se
había movido mejor en los tiempos de bonanza trepando puestos en la
citada jerarquía. Seguramente estos productos y servicios hubieran
soportado mejor drásticas subidas de impuestos indirectos. En
consecuencia, hubo un descenso de público en los conciertos de pago
y de abonados. En las Escuelas de Música que cargaban gran parte del
coste en el usuario, también se experimentó una profunda crisis.
Sin embargo, cuando la proporción de copago era mucho menor el
impacto ha sido casi nulo.
2.
Los representantes públicos han tomado decisiones de gasto en
función de la jerarquía de los votantes, así, los recortes en
educación y sanidad han sido en proporción mucho menores que los
recortes en cultura. Al estar la educación musical en la parte de
gasto social, también las empresas (especialmente las entidades
bancarias que han absorbido antiguas Cajas de Ahorro) han descargado
el recorte en su obra cultural más que en el de la obra social.
3.
Al haber practicado una política cultural centrada en la oferta
durante las décadas anteriores (crear conservatorios, orquestas,
auditorios, museos, etc..) la bajada de la marea mostró las
vergüenzas de un público poco maduro y fiel víctima de esa
ausencia de políticas de fomento.
La
marea ya había bajado en lugares y situaciones lo suficientemente
lejanas como para que no las quisiéramos ver como premonitorias: en
los años 80 los agentes de las cinco orquestas más importantes de
los Estados Unidos confesaban que no esperaban que muchas de las
orquestas menos destacadas de su país llegasen a final de siglo como
conjuntos profesionales con dedicación exclusiva. No había ni
demanda económica ni deseo por parte del público de sostener una
orquesta sinfónica en ciudades de menos de cinco millones de
habitantes. Si el milagroso avance de esos años en la política
cultural de España no iba acompañado de un fomento de nuevos
públicos, de socializar la cultura "de élite" para que un
número importante de la población sintiera la cultura como un
derecho a la misma altura que la seguridad, la salud o la educación
el futuro podía ser igual de descorazonador.
Norman
Lebrecht dijo a finales de siglo que "un político medio obtiene
pocos votos por salvar una orquesta sinfónica y muchos puntos en las
encuestas por ser fotografiado junto a Pavarotti"; seguir
culpando de ello a los políticos me parece ingenuo. Muchos sectores
culturales se aislaron en las preciosas torres de marfil que la
política cultural les había construido y sintieron que la sociedad
estaba obligada a mantenerlos por el simple hecho de ser Cultura con
mayúsculas, independientemente de cómo y cuánto abrían sus
puertas. Las Orquestas no crearon sus Academias como en otros países,
los pocos departamentos educativos que se crearon en ellas luchaban
por no ser el vagón de cola de sus instituciones. En muchos casos se
quedaron en terreno de nadie: demasiado poco "cool" como
para que las marcas de lujo que patrocinan torneos de golf y tenis
fueran a salvarlas, demasiado poco populares como para que las marcas
de consumo masivo y los políticos las ayudaran. Así, mientras las
compañías de cerveza apoyan el Jazz o la Música popular con la
misma ley de mecenazgo, las orquestas ven como su público envejece y
sólo lo salva la configuración de la pirámide demográfica.
Pero
en otros edificios, quizá menos opulentos y glamurosos, cada vez más
familias acudían buscando una educación musical de base para sus
hijos, conscientes de las ventajas para formar personas preparadas y
culturalmente activas. Y seguramente en esas familias y en esos niños
estaba el público que, de haber trabajado coordinadamente Orquestas,
Auditorios, Conservatorios y Escuelas de Música, ahora estarían
salvando las orquestas con sus votos, sus micromecenazgos y sus
abonos de temporada. Las empresas irían detrás como mecenas de la
cultura con la misma facilidad que acuden a los deportes de masas.
Las
Orquestas profesionales decrecen, las Escuelas de Música han
padecido el drástico recorte en educación de los presupuestos
municipales. Los Conservatorios se han salvado a pesar de que las
posibilidades de crear afición se han mostrado limitadas y que, si
las Orquestas profesionales decrecen, su razón de existir con el
enfoque actual también se reduce. Quizá la bajamar aún no ha
llegado.
A
unos metros río arriba de las cataratas de Iguazú el agua fluye
mansamente. Si estamos con una barca de remos podemos dominar
perfectamente el efecto de la corriente; pero, si nos dejamos llevar
por ella, a pocos metros la aceleración del agua hacia la catarata
es tal que no podemos contrarrestar el efecto de la corriente. Quizá
los compañeros de las Orquestas y de muchas Escuelas de Música
municipales están en ese punto alertándonos del peligro; quizá
para ellos ya es muy tarde y la caída es cuestión de metros. Quizá
es momento de remar...