Una vez, una amiga me
preguntó sobre el instrumento que debía escoger su hijo a la hora
de estudiar música y yo le dije que para mí el mejor instrumento es
el que tiene más oportunidades de hacer música en grupo; que la
música era como el fútbol: existe la posibilidad de practicar sólo,
pero en compañía sus posibilidades son mucho mayores.
La respuesta parece una
estupidez (y más el símil), y en cierto modo lo es, porque todos
los instrumentos, incluso el órgano, son susceptibles de hacer
música en grupo; es más, ya que todos lo son, ¿por qué no elegir
los instrumentos que mejor puedan hacerme compañía en momentos de
soledad?. Desde ese punto de vista, instrumentos como el piano y la
guitarra se convierten en una gran oportunidad, ya que tienen grandes
posibilidades como instrumento “solista” (entendido solista como
instrumento con repertorio propio a solo). Pocas personas a excepción
de familiares y músicos de tuba pueden tener interés en asistir a
un concierto en el que un único músico se sube al escenario y toca
la tuba durante más de una hora; mientras que existen un interesante
circuito de recitales para pianistas o guitarristas que actúan
solos.
Así pues, quizá el
problema no está en el instrumento, sino en la propia trampa en la
que caen estos instrumentos tan completos: su amplio repertorio para
instrumento solo, sus posibilidades sonoras sin necesidad de ser
acompañado por otro, sitúan este tipo de actividad muy por encima
en comparación con otros instrumentos. Así, instrumentos como el
contrabajo, la tuba, el trombón o el fagot, con un repertorio mucho
más limitado para instrumento solo, suelen buscar siempre la
complicidad de un grupo más o menos numeroso para desarrollar la
música. Es absurdo encontrar un fagotista que deteste tocar en
grupo, que desprecie el quinteto o que no haya comenzado a tocar en
Banda u Orquesta en cuanto su nivel técnico se lo haya permitido. En
contraste, son muchos los pianistas que basan el 90% de su esfuerzo
en el repertorio para piano solista y dejan en un segundo o tercer
plano de prioridades la música de cámara o las posibilidades del
piano o el teclado en otros estilos... incluso son muy pocos los que
contemplan las posibilidades de cantar y tocar a la vez.
El resultado de esta
política es que los conservatorios tienen una gran capacidad para
formar pianistas repertoristas, focalizando el objetivo en tener
montado un repertorio para recitales de piano que normalmente no
realizan fuera de los muros de su Centro; por no hablar de las
escasas posibilidades de convertirlo en su actividad profesional; el
número de pianistas con capacidad e interés por la música de
cámara es considerablemente menor, y el que tiene habilidad para
leer a primera vista y convertirse en un buen pianista acompañante
también es limitado. Pero mucho más limitada es la cantidad de
pianistas que pueden improvisar, acompañar sin partitura o dominar
otros estilos musicales más allá del repertorio clásico.
Por todo ello, siempre
digo que el Trombón es uno de mis instrumentos favoritos, no porque
me guste especialmente sus cualidades, sino porque un trombonista
puede formar parte de grupos de Pop, de Jazz, de fanfarrias, de
charangas, de Bandas de cornetas, de Bandas Sinfónicas, de
Orquestas, de grupos de ministriles o Big Bands. Además, el trombón
bajo es el instrumento que menos aspirantes ha tenido en las pruebas
de acceso a la Joven Orquesta Nacional de España incluso en los
últimas ediciones. Algo parecido sucede con el Contrabajo, con
posibilidades también en la música folk, en el flamenco, en el
Klezmer o en los tangos. Y también sin la masificación de
promociones de jóvenes instrumentistas bien preparados y sin
posibilidades laborales. Paradójicamente son los instrumentos menos
demandados.
Debemos asumir que la
mayoría de nuestros hijos que comienzan el estudio de la música no
serán profesionales, por eso tenemos que tener clara la existencia
de un Plan B que pasa por tener la práctica instrumental como una
afición que le reporte grandes satisfacciones en el resto de su
vida. Quizá estas satisfacciones las tendrá en la edad adulta
cuando llegue de su trabajo y se siente al piano un rato para
relajarse (a él y a sus vecinos) , pero mi experiencia me hace
pensar en el ser social que necesita relacionarse y tener un hábito
de ensayos en una comunidad, sea un coro, una banda aficionada o un
grupo de rock de padres de familia.
Tengo un amigo
norteamericano que vino a España sin más experiencia musical que la
de su educación secundaria; pero para su dicha, Estados Unidos es
uno de los muchos países que basa el currículo oficial de la
asignatura de música en la práctica instrumental, con lo que tiene
unos conocimientos limitados de interpretación al piano. Después de
muchos años de salir del Instituto, su afición favorita actual es
juntarse con amigos una vez por semana y tocar grandes clásicos del
Rock con su banda, leyendo el cifrado americano (cómo no?) y
cantando los coros con una pronunciación impecable. Su nivel técnico
es inferior a la mayoría de los españoles que han estudiado tres o
cuatro años en el Conservatorio, pero el enfoque práctico y
pragmático de su formación y la idea de tocar en grupo le permite
encontrar un elemento de satisfacción que la mayoría de los
ex-alumnos del sistema educativo musical español no disfrutan.
La planificación educativa en las
enseñanzas musicales pasa por la generación de agrupaciones y la
formación de músicos de todos los niveles para que puedan
participar, cada uno dentro de sus posibilidades en este tipo de
experiencias.
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