lunes, 25 de abril de 2016

ORQUESTAS, CONSERVATORIOS Y EL EFECTO IGUAZÚ

Una Orquesta profesional no tiene garantizada su viabilidad sólo por la existencia de un número importante de habitantes que se convierten en público habitual, sufragando así una parte de su presupuesto.También es necesario que exista una masa crítica de la población que vea bien la existencia de dicha orquesta. Gran parte de esa población verá influidos sus hábitos de consumo cuando existan empresas que se decidan por patrocinarla; del mismo modo que verá influida su intención de voto en función del mayor o menor apoyo público a la orquesta.

A un Conservatorio le sucede algo similar; el porcentaje de personas que se benefician directamente de su existencia es muy escaso, pero una parte importante de la población considera que la Educación es un valor positivo para nuestra sociedad y, por tanto, está dispuesta a elegir representantes públicos que decidan destinar parte de sus impuestos a financiar esa gran proporción del coste que no está cubierto con las matrículas.
Con la crisis, los ingresos de familias, empresas y administraciones públicas han bajado como baja la marea y, como dice Warren Buffet "sólo cuando baja la marea se ve quién nadaba desnudo". En esta ocasión lo que se ha comprobado es:
1. Que la cultura no estaba demasiado bien situada en la jerarquía de hábitos de consumo de gran parte de la población: las compañías de telefonía móvil, las marcas de moda y la industria del ocio se había movido mejor en los tiempos de bonanza trepando puestos en la citada jerarquía. Seguramente estos productos y servicios hubieran soportado mejor drásticas subidas de impuestos indirectos. En consecuencia, hubo un descenso de público en los conciertos de pago y de abonados. En las Escuelas de Música que cargaban gran parte del coste en el usuario, también se experimentó una profunda crisis. Sin embargo, cuando la proporción de copago era mucho menor el impacto ha sido casi nulo.
2. Los representantes públicos han tomado decisiones de gasto en función de la jerarquía de los votantes, así, los recortes en educación y sanidad han sido en proporción mucho menores que los recortes en cultura. Al estar la educación musical en la parte de gasto social, también las empresas (especialmente las entidades bancarias que han absorbido antiguas Cajas de Ahorro) han descargado el recorte en su obra cultural más que en el de la obra social.

3. Al haber practicado una política cultural centrada en la oferta durante las décadas anteriores (crear conservatorios, orquestas, auditorios, museos, etc..) la bajada de la marea mostró las vergüenzas de un público poco maduro y fiel víctima de esa ausencia de políticas de fomento.


La marea ya había bajado en lugares y situaciones lo suficientemente lejanas como para que no las quisiéramos ver como premonitorias: en los años 80 los agentes de las cinco orquestas más importantes de los Estados Unidos confesaban que no esperaban que muchas de las orquestas menos destacadas de su país llegasen a final de siglo como conjuntos profesionales con dedicación exclusiva. No había ni demanda económica ni deseo por parte del público de sostener una orquesta sinfónica en ciudades de menos de cinco millones de habitantes. Si el milagroso avance de esos años en la política cultural de España no iba acompañado de un fomento de nuevos públicos, de socializar la cultura "de élite" para que un número importante de la población sintiera la cultura como un derecho a la misma altura que la seguridad, la salud o la educación el futuro podía ser igual de descorazonador.
Norman Lebrecht dijo a finales de siglo que "un político medio obtiene pocos votos por salvar una orquesta sinfónica y muchos puntos en las encuestas por ser fotografiado junto a Pavarotti"; seguir culpando de ello a los políticos me parece ingenuo. Muchos sectores culturales se aislaron en las preciosas torres de marfil que la política cultural les había construido y sintieron que la sociedad estaba obligada a mantenerlos por el simple hecho de ser Cultura con mayúsculas, independientemente de cómo y cuánto abrían sus puertas. Las Orquestas no crearon sus Academias como en otros países, los pocos departamentos educativos que se crearon en ellas luchaban por no ser el vagón de cola de sus instituciones. En muchos casos se quedaron en terreno de nadie: demasiado poco "cool" como para que las marcas de lujo que patrocinan torneos de golf y tenis fueran a salvarlas, demasiado poco populares como para que las marcas de consumo masivo y los políticos las ayudaran. Así, mientras las compañías de cerveza apoyan el Jazz o la Música popular con la misma ley de mecenazgo, las orquestas ven como su público envejece y sólo lo salva la configuración de la pirámide demográfica.
Pero en otros edificios, quizá menos opulentos y glamurosos, cada vez más familias acudían buscando una educación musical de base para sus hijos, conscientes de las ventajas para formar personas preparadas y culturalmente activas. Y seguramente en esas familias y en esos niños estaba el público que, de haber trabajado coordinadamente Orquestas, Auditorios, Conservatorios y Escuelas de Música, ahora estarían salvando las orquestas con sus votos, sus micromecenazgos y sus abonos de temporada. Las empresas irían detrás como mecenas de la cultura con la misma facilidad que acuden a los deportes de masas.
Las Orquestas profesionales decrecen, las Escuelas de Música han padecido el drástico recorte en educación de los presupuestos municipales. Los Conservatorios se han salvado a pesar de que las posibilidades de crear afición se han mostrado limitadas y que, si las Orquestas profesionales decrecen, su razón de existir con el enfoque actual también se reduce. Quizá la bajamar aún no ha llegado.
A unos metros río arriba de las cataratas de Iguazú el agua fluye mansamente. Si estamos con una barca de remos podemos dominar perfectamente el efecto de la corriente; pero, si nos dejamos llevar por ella, a pocos metros la aceleración del agua hacia la catarata es tal que no podemos contrarrestar el efecto de la corriente. Quizá los compañeros de las Orquestas y de muchas Escuelas de Música municipales están en ese punto alertándonos del peligro; quizá para ellos ya es muy tarde y la caída es cuestión de metros. Quizá es momento de remar...



lunes, 4 de abril de 2016

¿QUE PASARÍA EN LOS CONSERVATORIOS SI SE PROHIBIERAN LOS DEBERES?

Cada semana aparecen nuevos artículos y estudios sobre la parte contraproducente de los deberes. El último ha sido el de la OMS que alerta de que los deberes perjudican la salud. En Francia, país de las huelgas por antonomasia, se llegó a escenificar un plantón de los padres y madres por este motivo. Viendo todas estas tendencias, no creo que tarde demasiado en llegar ese día esperado por todas las familias en el que los deberes pasen a ser historia.
Ese día, el profesorado de Conservatorio y Escuelas de Música se frotará las manos porque se sentirá legitimado para acaparar aún más el tiempo de juego de nuestro alumnado y por fin nos acercaremos al objetivo de horas de estudio que esperamos de ellos. Pero antes que tener en cuenta varios aspectos:
¿CUÁNTAS HORAS TIENE EL DÍA DE UNA NIÑA? Hace años se hizo un estudio sistemático en mi Conservatorio, encuestando al alumnado sobre las horas lectivas y el tiempo que el profesorado reclamaba de estudio para su alumnado tanto en la enseñanza general como en la artística y los números sólo cuadraban si les anulábamos el tiempo de ocio y, posteriormente el de dormir; o bien si estudiaban menos, dando así pie a una de las frases favoritas de las Sesiones de Evaluación: "menos jugar con la wii y más estudiar".
¿HAY QUE MEDIR TIEMPO, O MEDIR RESULTADOS? Cuando formaba parte de la organización de un importante festival de piano, invitaron a un niño norteamericano que tocó a la perfección el concierto 2 de Rachmaninov, pero sus profesores me insistían que lo importante es que sólo estudiaba una hora  y media al día. Fue la primera y única vez que un profesor me ha mostrado su orgullo por lo poco que estudiaba su alumno; sin embargo, no hay que ser una eminencia para descubrir que más que el cuánto lo importante es el cómo. Más aún en una época en la que el tiempo libre que podemos acaparar de nuestro alumnado es tan limitado.
¿POR QUÉ SE LE LLAMAN "DEBERES"? Hay una corriente que defiende que el sistema educativo tiene como finalidad aprender a obedecer, alimentar en las generaciones futuras cierto grado de sumisión, y por tanto, la palabra deberes (que suele estar en los textos junto al término "derechos") en nuestro imaginario tiene todo su sentido: una obligación por la que hay que pasar, nos guste o no, para alcanzar un objetivo a medio plazo como es superar las asignaturas o mejorar como intérpretes.

Si la posible rebelión de las familias, la reivindicación de espacios para el juego, la concreción del espíritu crítico en el alumnado que suele aparecer sólo en los preámbulos de las leyes educativas y los informes psicológicos de las infancias estresadas; si todo ello junto logra abolir también los deberes en las enseñanzas musicales, ¿seríamos capaces de sobrevivir?. Por si acaso, ahí van algunas posibles soluciones:
1. GAMIFICACIÓN: Los ingleses utilizan acertadamente la palabra Play para definir la acción de tocar un instrumento: el alumnado debería superar las cuestiones técnicas del instrumento del mismo modo que pasa pantallas en un juego de ordenador, un estímulo que tiene por delante, un reto para alcanzar un grado de satisfacción que, en el caso de la música debe ser tocar aquella obra que tanto le gusta, imitar el sólo que hace determinado artista o lograr expresar algo a través del instrumento. Si logramos que el alumnado en su casa practique desarrollando aquellos placeres y destrezas que son patrimonio del juego, estaremos en el lado correcto y evitaremos esa sobrecarga.
2. CAMBIAR EL DEBER POR EL DERECHO: El objetivo final debe ser que el alumnado estudie en casa porque quiere probar lo que ha aprendido en clase, porque quiere que "le salga" la obra nueva y no porque queda un día menos para la próxima clase y tiene miedo de llegar sin la lección estudiada. Una buena señal es cuando el alumnado estudia más los días posteriores a la clase que los días previos a la siguiente; eso significa que estudia por la energía acumulada (zanahoria) y no por el temor a no llevar la clase preparada (palo). El alumnado debe sentir que poder tocar en casa su instrumento o a cantar es un derecho y no un deber.
3. FOCALIZAR LA ATENCIÓN: Recurrir al Mindfullness o cualquier otro sistema que nos pueda ayudar a que el alumnado, cuando practique en casa, aproveche al máximo el tiempo de dedicación. Parte de nuestro alumnado afronta con tedio el tiempo obligado de estudio repitiendo mecánicamente las partituras señaladas mientras está pensando en otra cosa; esta parte del estudio sólo sirve para mejorar la memoria muscular y la capacidad de lectura, pero la relación tiempo de estudio-resultados es francamente mejorable.

Desde criaturas se nos establece una clara diferenciación entre el ocio y el estudio. La paradoja es que la música nació sobretodo para potenciar los momentos de ocio, sin embargo, la música seria y su dominio se siente más cómoda formando parte del terreno del estudio, tanto para quienes la interpretan como para quienes la conocen a través de la asignatura de música de la educación general. Este posicionamiento, que sin duda tiene efectos beneficiosos, sobretodo para quienes nos dedicamos a la Enseñanza Reglada, también tiene sus "daños colaterales". Si no, sigan a los músicos, por ejemplo de música Folk tras un concierto y verá que casi siempre se van a un Pub para seguir tocando; los clásicos también vamos a los bares, a poder ser, sin instrumento.

IMAGEN: Uxia Pin (INTEF)