De todos modos, hay una parte de dicho informe a la que se presta mucho menos atención y que compara los sistemas educativos en varios aspectos, por ejemplo en el grado de descentralización. España es uno de los países con menor grado de descentralización; pero, lo que es peor, el sistema de Conservatorios está, en la mayoría de Comunidades Autónomas regidos por una normativa adaptada de la enseñanza general que apenas da un mayor margen de autonomía a unas enseñanzas que, en muchos aspectos, son diferentes.
Existe otro informe mucho menos conocido que el PISA y que, en ciertos aspectos es más completo, se trata del Informe McKinsey, que compara políticas educativas de diferentes regiones, observando cuáles son los elementos comunes en aquellas que han tenido una mejor progresión en los indicadores de resultados. Existe incluso un informe secundario que propone medidas a aplicar en España. Una de ellas se refiere a la autonomía de Centros y dice lo siguiente:
Dotar a los centros de mayor autonomía
en la toma de ciertas decisiones es otro de los elementos comunes
entre aquellos países que han conseguido hacer avanzar su sistema
educativo de bueno a muy bueno.
Esta ha sido tradicionalmente un área
en la que España ha preferido pecar de prudente, y hoy nuestros
centros se encuentran a la cola de la OCDE en términos de autonomía
curricular y de contratación de profesores. Es cierto que parece
haber un gran apetito entre los centros españoles por alcanzar una
mayor autonomía de decisión -comentarios como “no gozamos de la
libertad de definir nuestro programa y aspirar a la excelencia en
las áreas que necesitamos” y “la administración ahoga la
capacidad de innovar en cuanto a perfiles docentes” fueron
recurrentes en la elaboración de este estudio...pero, ¿es una mayor
autonomía generalizada la mejor solución?
Nuestro análisis de otros países
sugiere que la autonomía es una medicina a administrar con cuidado, es muy buena para aquellos centros que con su rendimiento hayan
demostrado que la merecen, mientras que los centros de peor
rendimiento lo que necesitan es menos autonomía y un mayor nivel de
control y apoyo.
Canadá vuelve a ser un ejemplo
interesante de cómo administrar la autonomía. Aquellos de sus
centros con buen rendimiento educativo disfrutan de amplios grados de
libertad en cuanto a la gestión de su presupuesto, la
contratación de profesores e incluso el diseño de programas de
formación internos – a cambio, se someten a una evaluación
constante de su rendimiento, una “reválida” de su derecho de
autonomía. Y aquellos centros que suspenden esta reválida ven
reducida su autonomía, hasta que sus resultados les vuelvan a hacer
merecedora de la misma.
Una vez más, destaca la importancia de
contar con unas métricas de rendimiento homogéneas, frecuentes y
granulares de cara al establecimiento de este tipo de sistemas. En
cualquier caso, un planteamiento de este tipo no debería contar con
mayor resistencia -al fin y al acabo se trata simplemente de dar más
libertad a aquéllos centros con el suficiente nivel de desempeño-.
Por eso es interesante comprobar cómo los Conservatorios que más se parecen a centros de enseñanza general, y por tanto más padecen ese déficit de autonomía curricular y de contratación están en clara desventaja frente a los que han encontrado un modo de desvincularse de la burocracia de la administración educativa general. Aquellas personas que conozcan cómo funciona la Inspección Educativa de las enseñanzas artísticas en nuestro país y en el resto de Europa sabrán a qué me refiero.
La falta de autonomía se basa en el déficit de confianza en los profesionales o en los usuarios. Desconfianza que también es el origen del exceso de normativa que existe en nuestro país. Pero eso ya es otro tema.
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